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Leyendo a Edna O’Brien

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Hace un par de meses empecé a leer la trilogía de Dune de Frank Herbert en inglés. Pero cuando llegué al cuarto libro, la cosa empezó a ponerse un poco aburrida, así que el día 1 de enero decidí hacer una pausa y leer algo en español, por aquello de hacer una especie de reseteo al cerebro. 

Escogí Las chicas de campo de la escritora Edna O’Brien. Era lo primero que leía de ella y disfruté bastante. Su estilo narrativo es ágil, lírico y mordaz. Y como buena fan de la ironía, en una semana me había leído los tres libros. 

Pero mientras leía, empecé a darme cuenta de que se estaba creando una dicotomía muy curiosa entre la fluidez de la lectura y una sensación de incomodidad que no me abandonaba, hoja tras hoja. Ahora, en retrospectiva, me pregunto si la necesidad de descubrir el origen de esa incomodidad, fue lo que me llevó a leerlo tan deprisa. 

La cuestión es que terminé el libro hace dos semanas, más o menos. Y he llegado a la conclusión de que lo que me resultaba incómodo, era leer la historia de dos mujeres con las que no simpatizaba en nada, pero cuyas historias eran el reflejo de situaciones y comportamientos que siguen siendo actuales.

Trilogía Las chicas de campo:
Las chicas de campo, La chica de los ojos verdes y Chicas felizmente casadas

Las protagonistas de la trilogía Las chicas de campo son Kate y Baba. Y, en ocasiones, son exasperantes. Una de ellas es superficial y excesivamente romántica, la otra es cruel y egoísta. Las dos son inteligentes pero sus realidades geográficas y temporales (la historia transcurre en la Irlanda de los años 50) hacen que esa inteligencia no les sirva de nada porque, al final, ninguna de las dos lleva una vida feliz.

There was I, devouring books and yet allowing a man who had never read a book to walk me home for a bit of harmless fumbling on the front steps.

― Edna O’Brien, Country Girls

Durante la lectura pasé por varios estados. En primer lugar, me inundó la angustia al verlas acorraladas por el machismo y por la iglesia. Después, asistí con impotencia a las decisiones que tomaban. Y para terminar, y ya en el tercer libro, sentí desasosiego al conocer los finales (inevitables) a tenor de todo lo que pasa en los dos libros anteriores.

A medida que lees, la tragedia se despliega frente a ti como una mala mano de cartas. Y la realidad es que tanto Kate como Baba, eran el fruto de la educación ultraconservadora y ultrareligiosa que habían recibido. De ahí que la libertad sexual de Baba y el gusto por la literatura de Kate, en lugar de ser los catalizadores para la evolución de las protagonistas (¡qué maravilloso habría sido!), no pasan de rasgos anecdóticos de sus personalidades.

We want to live. Drink gin. Squeeze into the front of big cars and drive up outside hotels. We want to go places. Not to sit in this damp dump.

― Edna O’Brien, Country Girls

Este libro me dejó frustrada, angustiada y un poco aterrorizada al pensar en una sociedad tan machista. Pero al mismo tiempo disfruté de la ligereza, el humor y la ironía que desprende la escritura de Edna O’Brien y de sus juegos de palabras. Me recreé especialmente en los pasajes dedicados a construir los retratos psicológicos de las protagonistas femeninas.

The vote, I thought, means nothing to women, we should be armed.

― Edna O’Brien, Girls in Their Married Bliss

Pero sobre todo, me quedo con que la publicación de trilogía Las chicas de campo sirvió para sacudir muchas conciencias, hasta el punto de ser prohibida por la iglesia.​ Ahora mismo, sentada en el sofá, no puedo evitar reirme al imaginar la cara de muchos al darse cuenta de la tremenda ironía del título del último libro: Chicas felizmente casadas.


Oh, God, who does not exist, you hate women, otherwise you’d have made them different. And Jesus, who snubbed your mother, you hate them more. Roaming around all that time with a bunch of men, fishing; and sermons-on-the-mount. Abandoning women. I thought of all the women who had it, and didn’t even know when the big moment was, and others saying their rosary with the beads held over the side of the bed, and others saying, “Stop, stop, you dirty old dog,” and others yelling desperately to be jacked right up to their middles, and it often leading to nothing, and them getting up out of bed and riding a poor door knob and kissing the wooden face of a door and urging with foul language, then crying, wiping the knob, and it all adding up to nothing either.

― Edna O’Brien, Girls in Their Married Bliss

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